El arte del kintsugi, ¿Pueden ser bellas nuestras cicatrices?
Hace miles de años, en el S.XV, un emperador japonés llevó a reparar una taza de té de gran valor para él. Quedando descontento con el resultado, llamó a sus artesanos para encontrar nuevas formas de repararlo. Los artesanos, de gran talento, se hicieron la siguiente pregunta: ¿Y si, en vez de ocultar las fracturas, las destacamos? Empleando una resina espolvoreada en oro, fueron recubriendo las grietas, dándoles visibilidad y creando una pieza única. Y fue así como se creó el kintsugi o kintsukoroi, que significa “reparación con oro”.
Al conocer esta técnica, no puedo evitar asemejarla a las personas, con aquellas «imperfecciones» que nos hacen únicas. Muchas veces, nos sentimos como esa pieza dañada, con heridas que parecen que no se van a sanar nunca.
Ciertamente, la persona es mucho más que sus heridas. Pero éstas, ya estén en carne viva o cicatrizadas, dejan huella, y forman parte de nuestra historia. No obstante, tenemos la tendencia a tapar nuestras cicatrices, heridas e imperfecciones, a dejarlas bien escondidas, no sea que alguien pueda verlas. En ocasiones, nosotros mismos no estamos preparados para hacerlo. Porque no nacemos sabiendo enfrentarnos a muchas de las situaciones que vivimos en nuestra vida.
Nos preguntamos, ¿pueden cicatrizar las heridas?, ¿cómo podemos transformar nuestras cicatrices en oro? En un principio, parece paradójico que aquello que nos esté generando sufrimiento, pueda llegar a ser bello. Es importante partir de que este camino lleva un proceso, en el que los ritmos y formas de afrontarlo de cada persona son distintos.
Sin embargo, podemos destacar algunas ideas que ayudan a transformarlas:
1. Reconocer las emociones.
En primer lugar, es importante destacar el proceso de ir reconociendo esas heridas, así como la emoción que nos genera. Las emociones y sentimientos son temporales, llega un momento que se acaban. Conociendo nuestras emociones, y aceptando el dolor, estamos más preparados para poder dar una respuesta.
2. Tomar conciencia de nuestros recursos.
Todos tenemos recursos, tanto internos como externos. Reconocer nuestras cualidades o talentos, así como el saber pedir ayuda, facilita que podamos afrontar las situaciones difíciles.
3. Aprender a valorar las imperfecciones.
No existe la vida perfecta. Es importante tomar conciencia de que, aunque hayamos sufrido un daño, nuestro valor sigue intacto. Y como hacemos con una pieza de gran valía, podemos decidir reparar y valorarnos.
4. Tomar conciencia de nuestra libertad de decidir.
Tal vez no decidimos cuando sufrimos un daño, pero posteriormente podemos elegir la forma de afrontarlo. Cuando hay una situación que no podemos cambiar, sí que podemos modificar la actitud ante ella. Las heridas pueden influir en nuestras vidas, pero no nos determinan.
5. Sustituir el “¿Por qué?” por el “¿Para qué?”
No, no podemos cambiar nuestro pasado, pero sí que podemos extraer un aprendizaje de él. Cuando sufrimos un daño, la pregunta que más se nos solemos repetir es ¿Por qué?, ¿Por qué a mí? Estas preguntas, nos llevan constantemente al pasado, y pueden generar mucho malestar. Aunque al principio es muy difícil verlo, en el proceso es importante ir sustituyendo esta pregunta por el “¿Para qué?”, con la esperanza de que podamos sacar un aprendizaje, buscar un sentido y con ello, dejar ir.
El proceso de sanación de las heridas es un camino que nos lleva a mirar el pasado, pero para construir el futuro, lo que queremos llegar a ser. Aprender a valorar nuestras imperfecciones, y a cuidar y a reparar lo que se rompe en nosotros lleva tiempo, pero nos permite volver a comenzar.
Mis emociones se reflejan en el estomago, es el que parece saltar, tanto cuando me llevo una alegría, como un disgusto.
Acariciar y ser acaruiciada es algo muy gratificante, el solo gesto de rozar la mejilla con una persona querida o apreciada, reconforta y te hace sentir bien. Hay algo más placentero que recibir el beso de l@s niet@s?