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MICROPÉRDIDAS, ALGO POR LO QUE TODOS PASAMOS

Rocío Quemada

Todos alguna vez hemos experimentado o experimentaremos la pérdida de un ser querido, abuelos, padres, amigos, compañeros o seres cercanos. Cuando esto ocurre, uno se da cuenta de lo poco que nos prepara la sociedad para estos sucesos. De hecho, suele ser al contrario. Los avances tecnológicos y científicos, e incluso nuestro día a día, nos pueden hacer creer que somos inmortales, que nadie puede con nosotros ni con aquellos que nos rodean. Sin embargo, cuando la muerte se presenta, ésta nos da de bruces, nos descoloca y nos obliga a vivir una realidad nueva y difícil de afrontar. 

La sociedad no nos prepara para nuestra muerte y la de las personas de nuestro alrededor, pero la vida sí, y lo hace a través de las micropérdidas. 

Las micropérdidas son las pequeñas pérdidas que tenemos a lo largo de la vida y que nos ayudan a construir nuestros recursos de afrontamiento. Se pueden diferenciar en dos tipos:

En primer lugar, están las pérdidas evolutivas, que son las que forman parte del ciclo vital y a las que nos debemos ir adaptando para poder avanzar. Un ejemplo de estas pérdidas podría ser el paso de la niñez a la adolescencia, la independización, la jubilación, etc. 

Y por otro lado, están las pérdidas accidentales, que son aquellas que no siguen el ciclo vital. Son pérdidas inesperadas, como puede ser la pérdida de un hijo, un divorcio o una amputación.

Todas ellas, bien sean pérdidas evolutivas o accidentales, nos pueden causar dolor y vacío, pero estos no nos impiden vivir. Al contrario, nos hacen más fuertes y resilientes. 

Cuando la muerte llama a la puerta, después de experimentar un estado de shock e incredulidad por lo que ha pasado, recurrimos a todos aquellos recursos que tenemos en nuestro interior y  que nos ayudaron en otros momentos de nuestra vida, a aceptar las micropérdidas que vivimos y nos permitieron avanzar. 

La vida es constante cambio,y ya desde niños tenemos que afrontar constantes pérdidas y despedidas. Por esto mismo, podemos afirmar que sí, la vida nos prepara para afrontar la muerte. 

La muerte forma parte de la vida, es algo natural y como consecuencia, el duelo también lo es. 

Entendemos el duelo como una respuesta emocional a una experiencia de sufrimiento y vacío por la pérdida de un ser querido. Se trata de un proceso no lineal, a cada persona le lleva un tiempo y lo afronta de una manera diferente. El duelo tiene que ser un proceso activo, en el que no se puede esperar sentado a que el dolor cese. En él, es necesario expresar mucho, soltar todas aquellas emociones que están dentro dentro de nosotros y que si no expulsamos, no desaparecen, bien sea hablando, escribiendo o incluso gritando. 

La clave para poder avanzar es que cada uno de nosotros encuentre la mejor forma de expresar y liberar el dolor.

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